arantza-amezagaContra la política de Dispersión

Arantzazu Ametzaga Iribarren
Bibliotecaria y escritora


 

Dice Oscar Wilde en su Balada de la cárcel de Reading: … No he visto nunca a un hombre contemplar con mirada tan anhelante ese toldito azul que los reclusos llaman cielo… Al enterarse el poeta de la condena al preso, culmina diciendo: … Los mismos muros de la cárcel parecieron temblar de repente y el cielo sobre mi cabeza se convirtió en un casco de acero candente; y aunque yo también era un alma en pena, mi pena no podía sentirla.

Cada vez que me acerco a una cárcel, recito las palabras de Wilde, comprendiendo que quien ha cometido un delito a la sociedad debe pagarlo en la medida en que la Justicia, a la que sabemos ciega pero no aceptamos perversa, dictamine. El peor de los castigos es la privación de libertad, la de convertirse en un número de un establecimiento, soportar la condena de un grupo social que prefiere ver al delincuente apartado, destinado de por vida a pagar su culpa, tal cual los dioses griegos dictaminaron inexorables contra Sísifo que cargaba una piedra hasta la cima de una montaña, pero nunca podía dejarla en ella, pues la piedra, por voluntad de los dioses, rodaba hacia abajo. Así, una y otra vez.

Estamos viviendo un largo y complicado y doloroso proceso en nuestro pueblo, desde que ETA abandonó las armas, y va pasando el tiempo y la sociedad ha recuperado su pulso pero no del todo el latido del corazón. En aquellos tiempos nefandos que vivimos, la condena se extendía a todos los vascos/as, como si ETA fuéramos todos y no producto nefasto de un nefasto terrorismo de Estado, como si extendiendo un tupido velo sobre los años de la guerra y la dictadura que le siguió y fueron cuarenta, se podía culpar a una organización de las causas maléficas que afectaban los años en que en el Estado Español, se ensayaba, por fin,  democracia.

En esas décadas terribles en que las que parecía que el tañido de muerte de las campanas acallaba nuestro afán de vivir, habían otras fuerzas oscuras e igualmente nefandas, que devoraban el patrimonio de un estado, derivado de los impuestos ciudadanos, en beneficio propio. Los escándalos que estamos presenciando en su mayor parte derivados del Partido Popular y la Monarquía, no solo nos anonadan por lo que suponen, sino que vemos que no hay cárcel ni pena contundente para la mayoría de ellos. Ali Baba y los Cuarenta Ladrones propiciaron el receso de una economía que nos afecta, sobre todo a la nueva generación. Y que, para mi, es una manera de crimen organizado.

Pero los presos/as de ETA, doce de ellos padeciendo enfermedades graves, siguen en prisión y lo que es más grave, dispersos de Euskadi. Alejados de sus familias que de esta manera son castigadas también, embutidos en cárceles foráneas, los recluso/as siguen mirando ese pedacito de cielo desde las rejas de su celda. La Justicia ha actuado contra ellos de manera contundente, ajena al pensamiento de Lincoln de que la más estricta justica no es nunca la mejor política. En este caso, la Justicia se acomoda al deseo del más fuerte.

SARE ha denunciado que la Audiencia Nacional funciona como correa de transmisión del Ministerio de Justicia, afirma que simplemente con la aplicación de la ley, nadie pide excepciones, muchos de los presos deberían estar ya en libertad, de regreso a su país y familias porque equivocados o no, su lucha estaba dirigida en esa dirección. Hubo muchos más quienes en mi generación prefirieron el camino de la paz para la reclamación nacional, pero hubo otros que no lo hicieron. Pero nadie debería estar padeciendo privación de libertad, cumplido los plazos de la condena, por una idea. Todos tenemos derecho a tener ideas, a debatirlas, a conciliarlas, aunque en el fondo de esa idea subyaga que la unidad de España no es aceptable. El problema radica en preguntarse porque somos tantos los que no creemos en semejante unidad. Qué ha fallado en el término España que tantos lo rechazan. Y no solamente los vascos o lo catalanes, que ya lo hicieron en el S. XIX las colonias, hoy repúblicas, que conformaban el Imperio Español.

Se trata de iniciar un proceso de acercamiento físico de los presos, son cuatrocientos setenta, revisar las condenas, reintegrar, a quienes las hayan cumplido, a la vida civil a la que pertenecen. Son personas, equivocadas o no, que han hecho grave daño, pero que han pagando por ello con su reclusión. Deben regresar a nosotros para que podamos convivir con la Memoria Histórica que devela los horrores de una guerra que nos ha conducido a esto, y de la que todos somos herederos, unos en la amarga derrota otros en la opulenta victoria, y comenzar una vía de normalización para que la nueva generación pueda crecer sin odios ni rencores, sin miedo ni dolor. Una vía en la que la palabra y el debate libertario, el restablecimiento pleno de los Derechos Humanos, prevalezcan sobre la cohesión y la mordaza. Sobre el deseo de venganza y el poderío de la fuerza. Y como son días de Pascua, me voy cantando la vieja canción de nuestro pueblo, tantas veces exiliado y repatriado, la que cantaba mi aita en cada una de sus navidades: Hator, Hator mutil etxera.

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