Cadena perpetua | Iñaki Egaña

Anuncian que la legislación española acaba de incorporar el concepto de cadena perpetua a su listado de castigos. En la práctica, la cadena de por vida ya era aplicada a presos vascos, por lo que no nos ha pillado de sorpresa. Quizás el envoltorio, el de las medidas contra la «ofensiva yihadista».

 

Pero eso se trata de un envoltorio. España ya sufrió atentados yihadistas en 1985 y 2004 (restaurante El Descanso, líneas aéreas británica y jordana, trenes de cercanías) con decenas de víctimas mortales y, sin embargo, no varió su código penal. La cadena perpetua, ya tenemos las suficientes canas como para saber cuando nos engañan, está diseñada para la disidencia interna, la peninsular, no para las supuestas amenazas externas. Para estas últimas, y Madrid ya ha estado implicado en unos cuantos, están los bombardeos indiscriminados.

 

La cadena perpetua sirve para visionar, asimismo, que el objetivo de la cárcel como redención y no como represión es, también, un cuento. Con el tiempo, los mecanismos punitivos se han ido perfeccionando, aunque no por ello se han catequizado en sibilinos. La cárcel se ha convertido en el centro de la venganza, por excelencia. En el saco de todas las perversidades políticas aplicables al disidente.

 

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